Esta Columna fue publicada en el diario de nuestra gente El Pais escrita por el periodista Samy Jalil.
Cartas sobre la mesa. Por Samy Jalil
Crisis de credibilidad
Abril 26 de 2006
Son tantos los colombianos que creen en el presidente Uribe y que lo tratan de vender a toda costa como la única carta salvadora de Colombia, que termina uno llegando a la conclusión de que han endiosado al Mandatario-candidato. ¿Cómo no creer en Uribe?, fue la expresión casi desafiante que me lanzó una amiga. Instantáneamente recordé la canción cristiana, entonada en las iglesias católicas, ‘Cómo no creer en Dios’. Uribe, desde luego, no puede ser endiosado. Pero, ¿acaso se siente así?
Y es que hay que reconocer que cualquier vendedor uribista tiene los mejores argumentos para mercadear su producto: seguridad democrática, con todas las falencias en materia de profundos resultados en los centros urbanos y la frustración porque los miembros de la cúpula de las Farc siguen libres; reactivación económica, a pesar de la caída en el último trimestre del año pasado del crecimiento industrial; ampliación del régimen subsidiado, con la promesa de que en los próximos tres años llegará a una cobertura total de la población, no obstante se haya incrementado la pobreza y la miseria.
En fin, hay buenos resultados pero también omisiones graves en lo social. Confieso, sin embargo, aunque la balanza se incline hacia lo favorable en algunos campos, que quiero creer en Uribe y a la hora de la verdad no puedo. El escándalo que compromete al ex director del DAS, Jorge Noguera, y al dimitente gerente de la campaña reeleccionista de Uribe, en el Magdalena, no me permite estar tranquilo y otorgarle mi credibilidad al jefe del Estado.
“Yo dormí en el apartamento de Jorge”, declaró a los medios el Presidente para afirmar que lo investigó muy seriamente antes de confiarle el DAS. Se pregunta uno ¿por qué el estadista que pregonó el modelo de la meritocracia, vale decir la escogencia de funcionarios por méritos, no la aplicó en este caso y acudió a un mecanismo tan particular como el que confesó ante la opinión pública? Pudiendo haber consultado a una de tantas firmas reconocidas, nacional e internacionalmente, de investigación de hojas de vida.
“Don Raúl Montoya es un hombre correcto. Ahora, entonces, le van a quitar legitimidad a este Gobierno, cambiando a don Raúl Montoya, un hombre honesto que vive en Santa Marta, por Diego Montoya, un narcotraficante”, reviró el Primer Mandatario de los colombianos ante los medios radiales y televisivos. Hoy, después de los enfrentamientos entre Uribe y los medios, la revista Semana ratifica sus denuncias y señala: “el pasado de Raúl Montoya Flórez, el coordinador de la campaña reeleccionista de Álvaro Uribe, en Magdalena, resultó más oscuro de lo que se creía.
El Nuevo Herald reveló los nexos pasados de Montoya, por cierto nacido en Sevilla, Valle del Cauca, con narcotraficantes de la Costa Atlántica y la negativa de Estados Unidos a expedirle la visa. Esto sin contar que El Espectador sostiene que hubo una relación muy cercana de Montoya con el amigo de infancia de Pablo Escobar, Luis Carlos Molina Yepes, de cuya cuenta bancaria se pagó el magnicidio del director de El Espectador, Guillermo Cano Isaza, y fueron girados cheques a nombre del mismo Montoya.
En suma, ¿para qué hacernos mala sangre? Podríamos seguir revisando tantos hechos y datos que nos producirían indignación y rechazo. Por ejemplo: ¿Cómo es posible que un líder que prometió cambiar la manera de administrar el Estado y de hacer política, confíe la gerencia de su campaña en un departamento al empresario que monopoliza la distribución del licor en esa región, exaltando al Estado cantinero, y, según Semana, con un oscuro pasado?
De ninguna manera se trata de acusaciones frívolas. Son de la más espantosa gravedad. Con todo respeto, señor Presidente, la frivolidad ha sido de su parte. Su reacción fue la insubstancial y ligera. Mi credibilidad vulnerada espera ser reparada. Por el momento la confianza en usted está rota.
Cartas sobre la mesa. Por Samy Jalil
Crisis de credibilidad
Abril 26 de 2006
Son tantos los colombianos que creen en el presidente Uribe y que lo tratan de vender a toda costa como la única carta salvadora de Colombia, que termina uno llegando a la conclusión de que han endiosado al Mandatario-candidato. ¿Cómo no creer en Uribe?, fue la expresión casi desafiante que me lanzó una amiga. Instantáneamente recordé la canción cristiana, entonada en las iglesias católicas, ‘Cómo no creer en Dios’. Uribe, desde luego, no puede ser endiosado. Pero, ¿acaso se siente así?
Y es que hay que reconocer que cualquier vendedor uribista tiene los mejores argumentos para mercadear su producto: seguridad democrática, con todas las falencias en materia de profundos resultados en los centros urbanos y la frustración porque los miembros de la cúpula de las Farc siguen libres; reactivación económica, a pesar de la caída en el último trimestre del año pasado del crecimiento industrial; ampliación del régimen subsidiado, con la promesa de que en los próximos tres años llegará a una cobertura total de la población, no obstante se haya incrementado la pobreza y la miseria.
En fin, hay buenos resultados pero también omisiones graves en lo social. Confieso, sin embargo, aunque la balanza se incline hacia lo favorable en algunos campos, que quiero creer en Uribe y a la hora de la verdad no puedo. El escándalo que compromete al ex director del DAS, Jorge Noguera, y al dimitente gerente de la campaña reeleccionista de Uribe, en el Magdalena, no me permite estar tranquilo y otorgarle mi credibilidad al jefe del Estado.
“Yo dormí en el apartamento de Jorge”, declaró a los medios el Presidente para afirmar que lo investigó muy seriamente antes de confiarle el DAS. Se pregunta uno ¿por qué el estadista que pregonó el modelo de la meritocracia, vale decir la escogencia de funcionarios por méritos, no la aplicó en este caso y acudió a un mecanismo tan particular como el que confesó ante la opinión pública? Pudiendo haber consultado a una de tantas firmas reconocidas, nacional e internacionalmente, de investigación de hojas de vida.
“Don Raúl Montoya es un hombre correcto. Ahora, entonces, le van a quitar legitimidad a este Gobierno, cambiando a don Raúl Montoya, un hombre honesto que vive en Santa Marta, por Diego Montoya, un narcotraficante”, reviró el Primer Mandatario de los colombianos ante los medios radiales y televisivos. Hoy, después de los enfrentamientos entre Uribe y los medios, la revista Semana ratifica sus denuncias y señala: “el pasado de Raúl Montoya Flórez, el coordinador de la campaña reeleccionista de Álvaro Uribe, en Magdalena, resultó más oscuro de lo que se creía.
El Nuevo Herald reveló los nexos pasados de Montoya, por cierto nacido en Sevilla, Valle del Cauca, con narcotraficantes de la Costa Atlántica y la negativa de Estados Unidos a expedirle la visa. Esto sin contar que El Espectador sostiene que hubo una relación muy cercana de Montoya con el amigo de infancia de Pablo Escobar, Luis Carlos Molina Yepes, de cuya cuenta bancaria se pagó el magnicidio del director de El Espectador, Guillermo Cano Isaza, y fueron girados cheques a nombre del mismo Montoya.
En suma, ¿para qué hacernos mala sangre? Podríamos seguir revisando tantos hechos y datos que nos producirían indignación y rechazo. Por ejemplo: ¿Cómo es posible que un líder que prometió cambiar la manera de administrar el Estado y de hacer política, confíe la gerencia de su campaña en un departamento al empresario que monopoliza la distribución del licor en esa región, exaltando al Estado cantinero, y, según Semana, con un oscuro pasado?
De ninguna manera se trata de acusaciones frívolas. Son de la más espantosa gravedad. Con todo respeto, señor Presidente, la frivolidad ha sido de su parte. Su reacción fue la insubstancial y ligera. Mi credibilidad vulnerada espera ser reparada. Por el momento la confianza en usted está rota.
1 comentario:
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